Habitar la casa del amor
Por Valmore Muñoz Arteaga El libro del profeta Ezequiel, de los llamados profetas mayores, cuyo énfasis recae, entre otros temas, en el inevitable derrumbe de Jerusalén debido a sus pecados, especialmente el de la idolatría y la promesa del Espíritu que da vida como la clave para la fidelidad al pacto, guarda un bello tesoro entre sus líneas. Un versículo cargado de simbolismo y de fuerza vital para confrontar, desde una perspectiva verdaderamente revolucionaria, los avatares de la vida diaria. Dice: “Yo les daré un solo corazón y pondré un espíritu nuevo dentro de ellos. Y quitaré de su carne el corazón de piedra y les daré un corazón de carne” (11,19). Un versículo que nos conduce, de alguna manera, a reflexionar acerca del hecho de que, a veces por culpa de otros, muchas otras veces por nuestra propia culpa, hemos dejado que el corazón empiece a secarse. Nos hundimos en esa dureza que nos lleva a juzgar, a condenar, a mirar con desprecio. A desconfiar de los demás, incluso al mirar