Educación, presencias y sombras

 Por Valmore Muñoz Arteaga


“Descubre tu presencia, y máteme tu vista y hermosura; mira que la dolencia de amor, que no se cura sino con la presencia y la figura”, canta San Juan de la Cruz en su Cántico Espiritual. En un momento en el cual nos hemos visto obligados por la pandemia a explorar, con más pena que gloria, las bondades de la Educación Virtual, esto versos caen como rocío sobre un desierto de confusiones y apatías. La lejanía de las aulas nos han volcado a descubrir o redescubrir la necesidad del otro, de aquella presencia que es capaz de curar todas las dolencias de amor. El ejercicio docente necesita de esa presencia de aquel que más se quiere, por quien se adolece, se pena y se muere, tal y como expresa el místico poeta. No, no creo que estuviera pensando San Juan de la Cruz en un salón de clase, tampoco en una pandemia y mucho menos de Educación del tipo que sea, pero es que los poetas realmente no creen en nada, más bien, no parten de ninguna certeza, sino más bien, de algo más puro e inocente: parten de la intuición. Algo que hemos abandonado, precisamente para perseguir certezas.

La Educación ha perdido toda noción intuitiva renunciando al asombro que posibilita el conocimiento. Ha perdido esa noción poética que la impulsa a la inspiración y al entusiasmo. Las tecnologías, de las cuales de principio no soy enemigo, han abierto el camino para el desmontaje de lo intuitivo, del misterio, de lo poético, para engranar todo en la infraestructura de la innovación. Entonces, de la voz antigua de la belleza y la poesía brota como trueno desbocado la palabra de Antonio Machado para decirnos que: “Nada os importe ser inactuales..., huid de los novedosos..., de cada diez novedades que pretenden descubrirnos, nueve son tonterías. La décima y última, que no es una necedad, resulta a última hora que tampoco es nueva”. Tantas innovaciones que nada dicen nos han hecho olvidar que el educar es un acto de amor. He allí lo vital de la presencia para el ejercicio educativo.

La presencia posibilita la explosión de la mirada: ese descubrimiento del otro. La posibilidad de establecer, si se quiere, una mística de la mirada. El teólogo Johann Baptist Metz nos recuerda que la mística tiene que ver con el desplegarse de todos los sentidos en una creciente captación y entrega a lo real con la finalidad de hacer más ineludible el compromiso histórico, particularmente con los más desfavorecidos, para quien quiera seguir el camino cristiano. La mirada que desnuda la presencia que nos mira a la que miramos, como resaltó Sartre, es juez omnipresente que nos transforma en sujetos que pueden ser juzgados en cualquier instante, en cualquier lugar, aquí y ahora; es decir, es la convivencia con la subjetividad del otro. La presencia y la mirada son distorsionadas por lo virtual.

Entonces, lo real grita en medio del desierto para señalar las inconveniencias de lo virtual. La tercera acepción de la palabra virtual, según el Diccionario de la Real Academia de la Lengua, sostiene que es aquello que “tiene existencia aparente y no real”. Lo virtual es el reino de lo aparente y de lo no real, y no escribo irreal, sino no-real. Entonces, me resulta inevitable recordar el famoso mito de la caverna de Platón, pero sin hacer a un lado un pasaje también muy esclarecedor y que también está expuesto en La República. Me refiero a la metáfora de la línea. Por medio de ella expone las relaciones entre el mundo sensible y el mundo de las ideas, señalando así los diversos grados de conocimiento, a la vez que sugiere el camino y la misión de la dialéctica. Palabras más palabras menos, Platón nos muestra acá cómo los hombres percibimos la realidad, es decir, diferenciamos lo real de lo no real. Dejando claro que para el filósofo ateniense realidad  y verdad no son sinónimas, no son lo mismo. En esta clasificación que hace Platón tenemos en una primera instancia lo aparente, allí se forma la eikasia, es decir una forma inferior de conocimiento, que genéricamente denomina doxa u opinión. Aquí, en este plano, parece reducirse las grandes aspiraciones de la Educación actual: en una forma inferior de conocimiento que realmente no es conocimiento.

Allí se queda donde además parece quedarse lo virtual, entre las sombras, sin luces. No da el siguiente paso que Platón señala como pistis, forma superior de la opinión, pero que aún no es conocimiento, puesto que se fundamenta en percepciones sensibles. Hay otro paso más, un paso que va desde las sombras hacia la presencia. Platón lo llama dianoia y se refiere a la razón discursiva que remite a la capacidad de la razón de obtener conocimientos mediante la progresión desde las premisas a una conclusión que necesariamente deriva de aquellas, es decir, el conocimiento obtenido mediante causas y principios, bastante matemática esta afirmación. Finalmente, llegamos al último escalón, donde colapsa la razón: noesis, es el grado de máximo conocimiento propio de los filósofos destinados a gobernar la Polis (ciudad). Conocen las Ideas y no se dejan engañar por imágenes o copias.

Nos volvimos de pronto muy académicos. Así que, es momento de concluir por donde comenzamos, por medio de ese conocimiento superior volcado en la poesía. Acudimos nuevamente a Antonio Machado, a él y no a ninguna de sus pieles que ruedan irresponsables por la Literatura. Escribe Machado: “«Dice la razón: Busquemos la verdad. Y el corazón: Vanidad. La verdad ya la tenemos. La razón: ¡Ay, quién alcanza…la verdad! El corazón: Vanidad. La verdad es la esperanza. Dice la razón: Tú mientes. Y contesta el corazón: Quien miente eres tú, razón, que dices lo que no sientes. La razón: Jamás podremos entendernos, corazón. El corazón: Lo veremos”.

Paz y Bien


Comentarios

Entradas más populares de este blog

EMAÚS - VALMORE MUÑOZ ARTEAGA

EDUCACIÓN, FILOSOFÍA Y VIDA

Antonio Rosmini, el hombre y la educación