Música y Holocausto
Por Valmore Muñoz Arteaga
A Miranda Muñoz, mi hija
El pasado 27 de enero conmemoramos con más olvidos que recuerdos el 77 aniversario de la liberación de casi 8000 judíos del campo de exterminio de Auschwitz-Birkenau. El Holocausto es un acontecimiento histórico que ha dejado una profunda huella en mì, tanto en lo personal, como en lo espiritual e intelectual. En la intimidad de mi biblioteca quise guardar un silencio particular, pues estuvo lleno de música. Decidí escuchar Quatuor pour la fin du temps (Cuarteto para el fin del tiempo) del compositor francés Olivier Messiaen (1908-1992). La obra fue creada y estrenada durante la Segunda Guerra Mundial, mientras el compositor se hallaba preso en el campo de concentración de Görlitz que, originalmente estaba destinado para ser un campamento de actividades de las Hitlerjugend o Juventudes Hitlerianas. Se le consideró una especie de campo blando, ya que, cuando se trata de instalaciones nazis, la prisión sin exterminio y con cierta tolerancia era una bendición.
La obra fue estrenada un 15 de enero de 1941 ante poco más de
500 personas, entre ellos judíos y nazis, bajo un clima inclemente. Trato de
imaginar cómo una de las obras más hermosas de la música compuesta por luces y
cantos de pájaros pudo haber sido creada en semejantes condiciones. Sencilla y
pura es una especie de liturgia del sonido, expresión de lo que Dios le
brindaba en medio de la oscuridad. Messiaen estaba obligado a escribir en
función de los intérpretes con los que contaba, es decir, piano, violín, violoncello
y clarinete. La simbólica poética y
religiosa no entraña ninguna duda: el Cuarteto
para el fin de los tiempos está inspirado en una cita del Apocalipsis de San Juan (10, 1-7) que
dice: “"Vi también a otro Ángel poderoso, que bajaba del cielo envuelto en
una nube, con el arcoíris sobre su cabeza, su rostro como el sol y sus piernas
como columnas de fuego. En su mano tenía un librito abierto. Puso el pie
derecho sobre el mar e izquierdo sobre la tierra, y gritó con fuerte voz, como
ruge el león. Y cuando gritó, siete truenos hicieron oír su fragor. Apenas
hicieron oír su voz los siete truenos, me disponía a escribir, cuando oí una
voz del cielo que decía: « Sella lo que han dicho los siete truenos y no lo
escribas». Entonces el Ángel que había visto yo de pie sobre el mar y la
tierra, levantó al cielo su mano derecha y juró por el que vive por los siglos
de los siglos, el que creó el cielo y cuanto hay en él, la tierra y cuanto hay
en ella, el mar y cuanto hay en él: « ¡Ya no habrá dilación! sino que en los
días en que se oiga la voz del séptimo Ángel, cuando se ponga a tocar la
trompeta, se habrá consumado el Misterio de Dios, según lo había anunciado como
buena nueva a sus siervos los profetas.»”.
Trataba de imaginarme todo aquello, pero sobre todo tratar de
dar respuesta a una pregunta que resulta obvia en tal situación: ¿cómo se puede
componer algo tan sublime cuando se vive un tiempo tan brutal, patético, hostil
y violento?, pero muy especialmente si soy yo quien es aplastado por el horror
y el odio. En 1967, Theodor Adorno manifestaba que después de Auschwitz, ya no está permitido escribir
poesía. Adorno no piensa exclusivamente en el campo como tal, sino en lo que
estos campos representaron y deberían representar para la humanidad. Sin
embargo, no sólo fue posible, sino necesario. Messiaen como tantos otros
recurrieron a lo que de noble tiene el arte para poder enfrentar la más espesa
de las barbaries. El arte y la poesía desnudan una luz que no permite que el
ser humano sucumba ante la zona gris
que hizo posible el Holocausto. Por otro lado, también representaron la resistencia espiritual para combatir la
imagen de un judío débil y sumiso frente a la prepotencia nazi.
De todas las artes, la música fue de una significancia
particular. Joseph Rudavsky señaló que la música representó la angustia ante la
situación – una agonía para la cual las meras palabras representaban un
vehículo insuficiente. Por otra parte, era el medio por el cual los deshumanizados
podían conservar su humanidad, el vínculo que permitía que los condenados se
aferraran a la vida. Nunca como en este momento tan funesto la música se volvió
expresión de la trascendencia del alma, espacio donde se ponen en juego valores
que se elevan sobre las miserias cotidianas. La cotidianidad en los campos era
una constante ruptura con los valores tradicionales y conocidos sobre lo que
sostiene la humanidad. Esta cotidianidad variaba según el campo, ya que por
ejemplo, en Auschwitz, en cambio, la gran industria de la muerte casi no daba
lugar a desplegar actividades humanas de los prisioneros. Las pocas actividades
musicales que se registraban mostraban todas las marcas de la dureza del medio.
Aun así, como en el caso de Messiaen, algo
que bulle siempre dentro del hombre puede hacer lo bello posible.
El caso del campo de Theresienstadt, o Terezi, es un caso
también muy particular y emblemático. No fue propiamente un campo, ya que sus
características lo asociaban más a un gueto.
En todo caso, sea el campo o el gueto, la dignidad del judío valía la misma
nada. Se encuentra en Praga. Se le reconoce como la música de la Shoa, ya que por el nivel cualitativo y
cuantitativo de la vida musical que allí se desarrollaba y constituye un caso
especial en el sistema de campos nazis en general. A pesar del hambre, la
enfermedad, la injusticia y las brutales condiciones, en Theresienstadt la
cultura se valoraba como posibilidad que también alimentaba el espíritu. Se
crearon en sus espacios numerosos coros, grupos de cabaret y orquestas clásicas
y populares, se escribió crítica de música, se impartió instrucción musical y
se creó un Estudio de música moderna
liderado por Viktor Ulmann, pianista y compositor austriaco, detenido allí
desde mediados de 1942. Tiempo en el cual compuso el Cuarteto de cuerdas nº 3, las sonatas
para piano nº 5, 6 y 7, entre otras obras que incluyen
diversos lieders y adaptaciones a
poemas de Hölderlin y Rilke.
En las grietas de esta máquina de muerte, en los últimos resquicios de humanidad remanentes, los prisioneros llegaron a crear, lo cual revela lo que luego sería el insumo para los planteamientos de Viktor Frankl que, por cierto, también surgieron durante su cautiverio en Auschwitz. Para Frankl, lo mismo que para tantos otros, la vida tiene un sentido infinito, de que también el sufrimiento, e incluso el fracaso, tienen sentido. Y el único consuelo que nos queda es que podamos decir con la conciencia tranquila que hemos utilizado las oportunidades que nos han brindado, que las hemos salvaguardado haciéndolas realidad.
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