La literatura en función social. Visión sobre el ejercicio literario en Ángel Lombardi
Por Valmore Muñoz Arteaga
Mariano
Picón Salas, siendo un joven de 17 años, escribe un breve ensayo considerado
por Humberto Cuenca, Raúl Agudo Freires entre otros importantes críticos
venezolanos, como un documento precursor de la vanguardia en Venezuela. Este
ensayo lleva por nombre Las nuevas
corrientes del arte. En él anuncia cuáles deben ser los derroteros
escogidos por los artistas para crear: que el arte deberá ser espejo de todo un
pueblo (1). Seguramente el joven merideño había atendido al llamado que desde
el sur elevaba el pensador Manuel Ugarte con su teoría del arte social. Ugarte escribió en 1908 en un ensayo
llamado Las razones del arte social en
cuyas líneas traza nuevos vínculos entre la obra de arte y el artista, y entre
éste y la sociedad, pretendiendo así un nuevo modelo de escritor, pensado por
él como manifestación de la voluntad colectiva, al tiempo que le dispensa un
papel preponderante, determinante y mordiente dentro de la sociedad. El
talento, lejos de ser un fenómeno individual, escribe Ugarte, constituye un
fenómeno social (2). Persuadido por esto, entiende que el artista (el escritor)
y su obra se compendia con los momentos colectivos o sociales, representan un
gesto colectivo, producto de un hervor común.
En este compromiso social podemos encontrar las reflexiones que, en torno al hecho literario, expone Ángel Lombardi en sus artículos reunidos en La Catedral de Papel. Libro que concentra su labor como articulista, fundamentalmente en diarios como Panorama y La Verdad, ambos de Maracaibo. Ángel Lombardi entiende, con Gallegos, Briceño-Iragorry, Lossada, Uslar Pietri, entre otros, que la función intelectual debe y tiene que ser desarrollada sobre la base de concentrar su esfuerzo en una modernizada labor preceptora del pueblo. Al igual que el Próspero rodoniano, Lombardi asume la responsabilidad de dedicar, no sólo su reflexión intelectual, sino su vida a enseñar, a ayudar a entender a otros, a las nuevas generaciones básicamente. Por ello increpa a otros privilegiados para abocarse al desarrollo pleno del país.
A propósito de sus reflexiones sobre la literatura, debemos decir que Ángel Lombardi parece tener una profunda predilección por la obra latinoamericana, a pesar de sus notables y peculiares experiencias ante dos maestros de la literatura universal como Faulkner y Saramago. Sus cavilaciones van desde Miguel Ángel Jusayú hasta Octavio Paz, pasando por clásicos venezolanos como Mario Briceño-Iragorry y Arturo Uslar Pietri. En todas hace un llamado al artista para hacerse servidor de un pueblo que los solicita desde la oscuridad a la que los han obligado las elites y las altas esferas del poder.
Lombardi, como historiador, fustiga duramente a sus colegas: Lo que no hacen los historiadores lo están haciendo los novelistas: recuperar la memoria del pueblo: sus vivencias, mitos y fantasmas (3). Lamentablemente ocurrió lo contrario. Hoy los novelistas se unieron al silencio de los historiadores atacados por Lombardi. El silencio en el que navega el país es vergonzoso (2003). Literatos e historiadores abdicaron sus conciencias, acallaron sus voces para darle paso a un conformismo cómplice. La denuncia se reduce a las huelgas laborales, desapareciendo cuando son “relativamente” satisfechas, mientras un país entero se abriga cada vez más en la irracionalidad, dirigidos por los bastardos intereses de una minoría laxa. El único compromiso en la hora actual es con el Poder por el poder mismo. Los rebeldes de una época ahora son reverenciadores del Poder. Y como dice Popper: “no puede caber ninguna duda de que la adoración del poder es uno de los peores tipos de idolatría humana, un resabio del tiempo de las cadenas, de la servidumbre y la esclavitud” (4). Aun así, al novelista que le escribe Lombardi, es aquel que subordinado a la imaginación, es veraz y lúcido en su testimonio. Seres situados asumen su obra como un compromiso concreto con su pueblo y con su época (5). Esta idea del novelista nos recuerda a los jóvenes venezolanos de Sardio donde surgieron plumas como las de Salvador Garmendia y Adriano González León, así como la de otros nóveles narradores y poetas que se atrevieron a soñar una mejor sociedad.
Más adelante insiste: “La literatura sustituye a la historia, la ficción es asumida como realidad, primero fueron los cronistas y después han continuado tabulando ensayistas, poetas y novelistas. De la Crónica, al Canto General y a Cien Años de Soledad. Del barroco al romanticismo, a lo real/maravilloso” (6). Esta insistencia se devela como una angustia existencial, una angustia que se vuelve frustración al no encontrar un puerto seguro para sus palabras: Uslar Pietri expresa su desconfianza hacia la historia de los historiadores, recelo que compartimos, a la historiografía se la ha escapado el proceso real. Nuestros historiadores, en su mayoría han sido otros fabuladores. La historia y la identidad convertidas en ejercicios metafísicos (7). Esta reflexión acerca de la historia lo hermana de alguna manera al concepto que sobre ella nos obsequiara Mario Briceño-Iragorry: “…la hora actual marca un nuevo acento a nuestro deber social. Si bien seguimos oyendo las lecciones de la historia como capaces, desde un punto de vista objetivo, de modificar nuestros mismos juicios presentes, la realidad nos obliga a obrar libremente, no como investigadores del pasado, sino como constructores de una historia que habrá de pedir razón y cuenta de nuestros hechos de hoy (8).
Ángel
Lombardi escribe sin temor alguno, y pide a quienes asumimos este camino que lo
hagamos igual. El intelectual no debe permitirse el temor bajo ninguna
circunstancia. Recrimina la aprensión en algunos escritores de la hora, más
aún, cuando se decide por el exilio en cualquiera de sus manifestaciones, de
allí su separación con la obra de Rodó y de muchos de los pensadores que se
escudaron estéticamente en el Modernismo, ya que al verse envueltos en un mundo
adverso a la nobleza de sus espíritus
se decidieron por la construcción de mundos artificiales y exóticos donde
esconderse ¿de su propia conciencia? Así queda evidenciado en su libro Sobre la unidad y la identidad
latinoamericana. Explica Lombardi refiriéndose a José Enrique Rodó: “… de
hecho predicó una evasión hacia la utopía, y en ese sentido le hizo un gran
daño a la necesaria toma de conciencia de lo americano concreto, real,
histórico; de allí su gran éxito, avaló y propició la cultura del exilio, real
y espiritual; la actitud del no compromiso; lo que nosotros hemos llamado la
cultura cómplice” (9). Sin embargo, considero que, aunque la tendencia
modernista partía de este desgarramiento al terruño y sus circunstancias, la
promoción de la filosofía arielista no es justamente como lo plantea el
historiador. Debemos recordar que una de las consecuencias de la lectura de
Rodó en América Latina fue la Reforma
Universitaria de Córdoba, y creo que eso fue un hecho de vital importancia
en la eterna lucha por la identidad latinoamericana. Podemos traer a colación
el siguiente dato: cuando Rodó publica su opúsculo lo envía a diferentes regiones
del continente acompañado de una carta. Entre esas regiones se encuentra
Venezuela. Aquí recibe el libro y la carta César Zumeta y que este publicará en
El Cojo Ilustrado, número 208, agosto
15; parte del contenido de la carta expresa lo siguiente: “Es, como Ud. verá,
algo parecido a un manifiesto dirigido a la juventud de nuestra América sobre
ideas morales y sociológicas. Me refiero en la última parte, a la influencia
norteamericana. Yo quisiera que este trabajo mío fuera el punto inicial de una
propaganda que cundiera entre los intelectuales de América”. De esa propaganda
se fraguaron los pensamientos de Mariano Picón Salas, Mario Briceño-Iragorry,
Jesús Enrique Lossada, Enrique Bernardo Núñez, Augusto Mijares, y la inmensa
mayoría de los hombres del 18, así como los más notables del 28, entre ellos
Arturo Uslar Pietri. Si estudiamos la trayectoria intelectual de los nombres
citados nos damos cuenta de que, en modo alguno, fueron propiciadores de una
cultura del exilio de ninguna naturaleza, aunque algunos de ellos tuvieron que
optar por él en algún momento de sus vidas.
Creo que esta discreción es válida en el sentido de intentar ser lo más justo con un proceso cultural gestado en América Latina entre finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX. En modo alguno intento asegurar un descuido en el trabajo intelectual del Dr. Lombardi. Probablemente, se refiere a esa ala del pensamiento que se ha quedado enclaustrada en las aulas universitarias viviendo la comodidad intelectual, a la que en su tiempo también fustigó Papini: “Yo casi nunca impulso de descargador de muelles, pero esos puercos de Epicuro que quisieran crear entre cojines y bibelots y hacer crecer el genio a la fuerza del calientacamas, se merecen esto y algo peor. Los trato desde hace bastantes años y los conozco bien. Todos los conocen: ¡hay tantos por el mundo! Son unos medios hombres que, no sabiendo escribir, quieren tener junto a sí diccionarios y bellas ediciones; que, no sabiendo pintar, compran bellas fotografías con marcos bien tallados; que no sabiendo nada de nada, dicen que no se puede aprender sin tener en casa manuales y vocabularios; que, no entendiendo de música, quieren instrumentos perfectos y partituras excelentes; gente, para abreviar, que, no teniendo alma, se fabrican la funda y pretenden que la estatua sale del pedestal” (10). Algo semejante ocurrió con muchos intelectuales muy activos durante los sesenta. ¿Dónde está la narrativa y la poesía de contenido social? ¿Es que la injusticia social culminó o sus estómagos ahora están satisfechos? Por las contundentes palabras de Lombardi, parece que ambas preguntas tienen respuesta, no muy halagadoras para unos cuantos.
En
sus reflexiones en torno al tema literario, Lombardi encuentra el espacio para
dejar claro sus concepciones acerca del intelectual y de la historia. Lo que me
resulta interesante es cómo aborda a la historia desde la literatura. Idea que
lo hermanan con la fijación de Mario Briceño-Iragorry en hacer de la historia
un elemento de creación. Para el maestro trujillano así como para Lombardi, la
historia es un proceso que necesita tener profunda vinculación con la dinámica
social, sino qué sentido tiene. La historia debe y tiene que ser estudiada, más
allá del mero hecho del conocimiento de fechas, nombres, lugares y otros adefesios,
lo que interesa es verla como esa herramienta que nos indica el camino de lo
que falta por hacer. “Del recuento del pasado llegamos a la conclusión de lo
que nos falta en la hora presente, porque nunca nos sobra nada sobre lo hecho
por nuestros antecesores” (11), escribía Briceño-Iragorry. Por ello, Lombardi
no pierde de vista, en medio de sus reflexiones, lo cotidiano, la actualidad,
los pequeños hechos que construyen la gran historia. Y, como los fundadores del
pensamiento venezolano, construye un diálogo con el pueblo a través de la
prensa, y es que nada obra más en la vida y en el desarrollo de la sociedad que
el periódico, aunque esto sea visto románticamente. El periódico debe funcionar
como una fuerza sociológica en el desarrollo de los pueblos, porque es la hoja
veloz de papel que deambula de mano en mano, transportando hasta la voluntad de
las multitudes la idea directriz que habrá, en lo sucesivo, de transformarla
ventajosamente, ya que el motor que debe orientar a la sociedad moderna son las
ideas y los órganos capaces de promoverlas cuya consecuencia debe y tiene que
ser la formación del alma colectiva. Esto lo ha entendido perfectamente
Lombardi, ya que ha sustituido, en su actividad intelectual, al libro por la
prensa, el periódico, elemento que han abandonado el grueso de los
intelectuales y pensadores venezolanos, ¿será por considerarlo una pérdida de
tiempo que no trae el beneficio de engrosar el currículo?
Por mucho que Ángel Lombardi trabaje el tema de la literatura no deja de ser un historiador. Un historiador profundamente preocupado por su entorno social. Ha escrito mucho y lo sigue haciendo. Seguramente habrá gente que se acerque a sus ideas, habrá otros quienes se oponen y se opongan. Lo que sí queda claro es que existe ese compromiso, esa lucha, esa angustia visceral por el país y por América latina, y que intenta, desde la palabra y la acción, hacer algo por enmendar los errores del pasado.
Notas:
[1] Picón Salas, Mariano (2001) Las nuevas corrientes del arte En: Revista Actual. Universidad de Los Andes. Abril-junio III Etapa, número 46.
[2] Ugarte, Manuel (1999) La nación latinoamericana Caracas: Biblioteca Ayacucho.
[3] Lombardi, Ángel (1997) Catedral de Papel. Maracaibo: Universidad del Zulia.
[4] Popper, Karl (1991) La sociedad abierta y sus enemigos (1962) Buenos Aires: Paidós.
[5] Lombardi, Ángel. Ob. Cit.
[6] Ídem.
[7] Ídem.
[8] Briceño-Iragorry, Mario (1997) Ensayos escogidos Maracaibo: Universidad del Zulia.
[9] Lombardi, Ángel (1989) Sobre la unidad y la identidad latinoamericana Caracas: Academia Nacional de la Historia.
[10] Papini, Giovanni (1959) Obras. Tomo III. España: Editorial Aguilar.
[11] Briceño-Iragorry, Mario (1989) Introducción y defensa de nuestra historia. Obras completas. Vol. 4. Caracas: Congreso Nacional de la República.
Comentarios
Publicar un comentario