La universidad es saber y servir.

 Por Valmore Muñoz Arteaga


En un encuentro sostenido por San Juan Pablo II en el año 1986 con intelectuales y el mundo universitario de Colombia dijo que la universidad es un centro ideal para la maduración de una nueva cultura. Una nueva cultura que lleve al hombre  a su realización plena en su trascendencia sobre las cosas; ha de impedir que se disuelva en el materialismo de cualquier índole y en el consumismo, o que sea destruido por una ciencia y una tecnología al servicio de la codicia y de la violencia de poderes opresivos, enemigos del hombre. La universidad, que por inspiración debe ser una institución generosa, desprendida y, en especial,  libre, se exhibe como una de las instituciones de la sociedad moderna capaces de proteger, juntamente con la Iglesia, pues de su corazón nace, al hombre como tal; sin evasivas, sin otro pretexto y por la única razón de que el hombre tiene una dignidad única y merece ser valorado, reconocido y respetado por sí mismo. En 18 años que llevo acompañando al profesor Ángel Lombardi como rector de la Católica de Maracaibo, esa es la universidad que he aprendido a soñar e intentar construir en medio de las terribles y, algunas veces, penosas dificultades, pues es esa la universidad a la que él ha apostado siempre. 

Cuando llegó a la Católica de Maracaibo en 1998, en su discurso de toma de posesión, el profesor Lombardi nos solicitaba mirar el escudo de la universidad para detallar al búho que lo encabeza, ese búho filosófico que de la mano de la ciencia, la sabiduría y el arte, nos exhortaba a contemplar más allá de la oscuridad. No se imaginó él, ninguno de los presentes, ni los que lo acompañábamos por televisión gracias a la señal de NCTV, que esas palabras se transformarían en el diario acontecer de la UNICA de los últimos años: mirar más allá de la oscuridad. Esa es la identidad de la Católica de Maracaibo, un búho que representa la búsqueda de la sabiduría más allá de toda dificultad para brindarle un brillo más intenso y profundo a la visión integral del hombre, y en nuestro caso particular, uniendo dialógicamente con alegría los lazos de la fe, la ciencia y la cultura, puesto que, en esas esferas, el ser humano se compromete y compromete toda la realidad de su ser y de sus aspiraciones. Sin embargo, para entrar en perfecta sintonía con este primado debemos antes asumir un reto: “volver a creer en nosotros mismos, saber que muchas cosas pueden hacerse, que el hombre siempre puede ser más grande que sus limitaciones y circunstancias”, por ello “se hace necesario un nuevo acto de fe, en nosotros mismos, en la Universidad, en el país”. Esto lo afirmaba Ángel Lombardi en su discurso de juramentación como rector de la Universidad del Zulia en un aparentemente lejano 1992. Un reto que nos lleva a contemplar desde el doloroso presente nuevamente la consigna de la primera etapa de su gestión como rector de LUZ: poner orden en casa para luego avanzar, avanzar y seguir avanzando a pesar de la crisis., ya que, de otra manera, el tiempo nos terminará devorando dejándonos al margen del hecho cierto de que formamos parte de la historia desde el centro mismo de ella” como resaltara Lombardi (1994) en sus memorias de aquel primer año de gestión.  Poner orden en casa también significa, como él mismo lo señala, reencontrarnos con nuestra vocación original que no es otra que ser puente para el hombre en su afán de acceder al rostro de Dios a través del rostro del mismo hombre, del otro, de ese otro-extraño que nos acompaña en el largo peregrinar de la vida. 

En los últimos 4 años me ha tocado la oportunidad de acompañar al rector no ya como estudiante o profesor, sino como decano, lo cual me sitúa en la posibilidad de compartir a la universidad en la intimidad del Consejo Universitario, allí donde, no sólo buscamos las alternativas para sobrevivir a las contrariedades de la cotidianidad, sino que vamos tejiendo juntos una idea: la universidad como concepto impulsados por las exigencias de la realidad. Allí, todos los jueves, tengo la fortuna de beber de la experiencia de un hombre que ha vivido a la universidad como profesión de la verdad y que, como dijera Jacques Derrida, “promete un compromiso sin límite para con la verdad”. Todos los jueves comparto con el rector su visión universitaria: una universidad que se debería edificar entre la tradición y el cambio con los pies puestos en la tierra, pero sin dejar de contemplar el infinito cielo que nos ampara. En sus intervenciones, de alguna manera, nos impulsa a ubicarnos frente a la idea de que en la universidad, como afirmara Derrida, es lugar en el que nada está a resguardo de ser cuestionado. ¿Qué cuestiona hoy la universidad más allá del presupuesto asignado? ¿Qué cuestiona hoy la universidad más allá del sueldo? ¿Qué cuestiona hoy la universidad más allá de los privilegios perdidos por los propios privilegios? Lombardi parece situarse en esa misma línea del pensador francés, pero también en la misma línea cuestionadora de Benedicto XVI al afirmar que la universidad quiere saber qué es todo lo que le rodea y quiere la verdad. “El hombre quiere conocer, dice el Papa Emérito, quiere encontrar la verdad. La verdad es ante todo algo del ver, del comprender, de la theoría, como la llama la tradición griega”. Por ello, reflexiona Lombardi, “la Universidad es problemática por definición y sus crisis son recurrentes porque en ella siempre está algo por nacer”. Aunque, sin duda, no podemos desconocer objetivamente nuestros contextos político, económico y social, intuyo en el ser y hacer del profesor Lombardi que no podemos someternos a ellos, pues se corre el riesgo de perder la perspectiva real del ser-hacer universitario que realmente es un siendo-haciendo, si me permiten el abuso con el gerundio. Ese ser-hacer de la universidad va de la mano con el país, para bien o para mal. La Universidad es uno de los reflejos más fieles del país, de allí que “recuperar el país es recuperar la universidad, y recuperar a ésta es ayudar a recuperar al país. Esta es la tarea más importante y urgente de la actual generación universitaria y en ella debemos empeñarnos”. 

Por ello, en 2016, año en que la crisis venezolana ha asomado su rostro más terrible e inhumano, el rector Ángel Lombardi nos exhortó a asumir como nuestro, como norte de nuestras acciones, el saber para servir, lema que define la razón de ser de la Federación Internacional de Universidades Católicas (FIUC), como siguiendo la huella de San Alberto Hurtado, quien nos hace un llamado constante desde su memoria profunda a saber para “dar testimonio de Cristo en este mundo triste, testimonio de nuestra alegría que se funda en nuestra fe en Él, en la bondad del Padre de los cielos; testimonio de una inquebrantable esperanza y de una honda caridad”. En este mundo, en este país que alberga en esta hora menguada, no sólo hambre de verdad y justicia, sino hambre de alimentos para su crecimiento y desarrollo, Ángel Lombardi, como asumiendo el testigo que dejara a la universidad el santo chileno, cuando nos invita a saber y servir, nos recuerda que “con frecuencia se enseña a los hombres a no hacer, a no comprometerse, a no aventurarse. Es precisamente al revés de la vida. Cada uno dispone sólo de un cierto potencial de combate. No despreciarlo en escaramuzas. Hay que embarcarse: No se sabe qué barcos encontraré en el camino, qué tempestades ocurrirán... Una vez tomadas las precauciones, ¡embarcarse! Amar el combate, considerarlo como normal. No extrañarse, aceptarlo, mostrarse valiente, no perder el dominio de sí; jamás faltar a la verdad y a la justicia. Las armas del cristianismo no son las armas del mundo. Amar el combate, no por sí mismo, sino por amor del bien, por amor de los hermanos que hay que librar” (San Alberto Hurtado). Volviendo a tantas páginas que Ángel Lombardi ha dedicado a la Universidad conceptual, pero también concreta, histórica y real, pienso en que cada palabra está sostenida sobre la base de la experiencia vivida en, con y para la Universidad. Repaso su Cátedra de Papel, voluminoso libro que recoge su pensamiento dispuesto como articulista en la prensa regional y nacional y me tropiezo con unas líneas resaltadas por mi esposa para un ensayo que sobre Lombardi escribió alguna vez. Dice Lombardi que si queremos rescatar a la Universidad mirando, al mismo tiempo, el rescate del país “tenemos que concientizarnos y concientizar, la realidad si no la incorporamos existencialmente, pensamiento, cuerpo, espíritu, no tiene sentido y de allí proyectar nuestro compromiso, incorporarnos a lo real para transformarlo”. 

Estamos acariciando la segunda década del siglo XXI y la Universidad venezolana necesita con urgencia revisarse a la luz de su pertinencia y compromiso. Revisarnos bajo el manto de una dinámica que, muchas veces, nos sobrepasa, pero a la que hay que darle respuesta, no sólo por obligación intelectual, sino humana. Una revisión, pero desde la frecuencia de conceptos nunca explorados para explicarnos como universidad en medio de una cada vez más profunda crisis humanitaria. Diálogo, fraternidad, prójimo son conceptos abstractos que sólo nosotros podemos hacer concretos en medio de la cotidianidad, y desde allí establecer una, quizás no nueva, pero sí más fresca y sana comunidad fundamentada en el valor de la dignidad y respeto a la persona humana. Nosotros somos los responsables de asumir con alegría esta revisión, ya que, nosotros, como seres humanos somos los seres morales que vamos a determinar el futuro de la humanidad. “Martin Buber, nos recuerda Lombardi, calificó al siglo XX como el siglo sin Dios. Martin Heidegger había establecido que solo se salvaría si encontraba a Dios, todo lo cual me permite decir que este siglo XXI, prometeico y fáustico, está en nuestras manos, como siempre ha estado la historia humana”. Entonces, avancemos a pesar de la crisis, comprendiendo en cuerpo y alma que sabemos para servir, en estas ideas creo que se sostienen los años que Ángel Lombardi ha puesto, justamente, al servicio de la Universidad y, a través de ella, al país.

Paz y Bien

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