Respirar

 Por Valmore Muñoz Arteaga


A mi buena amiga Vicky Chirinos


Hace poco escuché una frase que me dejó desconcertado. Cuando escuchó una frase que me causa asombro suelo darle vueltas una y otra vez. No importa donde tenga su origen ni quien la pronuncie, si me causa cierto efecto, me quedó colgado en ella y la desmenuzo con los dedos cortos y torpes de mi entendimiento. La frase que escuché y que me dejó sorprendido fue: “la vida no es sólo respirar”. La vida, sin duda, lo es todo. Por ello el hombre desde que es hombre intenta buscar su sentido precisamente para poder vivir mejor, de hecho, no tanto vivir mejor, sino saber vivir, pero acaso ¿saber vivir no es sencillamente vivir? El punto aquí no es la vida, sino indagar si existe algo que se equipare y que sustente el hecho de la vida tanto como respirar.

La palabra respirar, que es un verbo, procede del latín respirare compuesto por el prefijo re que implica reiteración, y por el verbo espirare que significa soplar, también estrechamente ligado a espíritu. La palabra respirar tiene otro sentido en estos tiempos. Quizás no se trate de que tenga otro sentido, sino que lo hemos comprendido. Hemos entrado en conciencia de lo vital que resulta respirar para el ser humano. Siempre se ha sabido. Cuando reviso el empleo de la palabra respirar en la poesía, por ejemplo, siempre ha estado ligada a la vida y al amor. Respirar, vivir y amar, según algunos poetas, no pueden verse ni entenderse por separado. “Matamos lo que amamos. ¡Que cese esta asfixia de respirar con un pulmón ajeno!”, escribe Gabriela Mistral. “Si no fuera por la rosa frágil, de espuma, blanquísima, que él, a lo lejos se inventa, ¿quién me iba a decir a mí que se le movía el pecho de respirar, que está vivo…”, escribe Pedro Salinas. “Madre, madre, cansado y soñoliento quiero pronto volver a tu regazo; besar tu seno, respirar tu aliento”, escribe Manuel Gutiérrez Nájera. Pudiera continuar, pero sería redundar en lo mismo: respirar está estrechamente ligado al vivir y, según veo, la calidad de este vivir depende del acto sencillo, casi inconsciente de respirar.

Tiene que ser así, ya que, si nos remontamos al aire que se respira en el Génesis nos conseguimos con que “Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el hombre un ser viviente” (Gn 2,7) A partir de este acto de amor, Dios llenó de vida al ser humano. A través de la respiración parece haberse gestado el primer contacto concreto entre Dios y el hombre, lo cual resalta el valor de este acto. Acto que no sólo es importante por estas cuestiones en el Cristianismo, por ejemplo afirma Ibn al-Arabi que “en cada aliento hay un camino hacia Allah”. Para el Islam, mientras más consciente es el hombre de la respiración, más intensa será su vida interior. En la vía espiritual del Sufismo se le da una gran importancia a la respiración y a ser conscientes de ella en todo momento porque, en haciéndolo, mantiene consciente al hombre y le hace despertar en el aquí y ahora integrado en la Creación.

En el Budismo la respiración será un factor determinante para la vida espiritual, pues allí se sostiene la capacidad del ser humano de la meditación, ya que por medio de una respiración profunda, calmada y regular, alcanzamos un estado de paz interior. Podemos dejar de hacer casi cualquier cosa menos respirar. En el Hinduismo se camina en el mismo sentido. Entienden que sólo por la respiración se puede controlar la mente, eso es lo que resalta el Pranayama. En los más importantes textos del misticismo judío se concluye que la respiración es la primera clave de reconexión entre la cabeza y el cuerpo. Es pneuma, gasolina del organismo, espíritu que infunde el Creador. Nos conecta con el aquí y ahora, con las emociones.

El Papa Francisco nos cuenta en una de sus publicaciones llamada Soñemos Juntos cómo se sienten los enfermos de coronavirus que luchan por respirar. El Papa relata que en agosto de 1957, al comienzo de una infección pulmonar que sufrió: “me sacaron un litro y medio de agua del pulmón, y ahí me quedé peleando por vivir”. Recientemente tuvo otra experiencia muy parecida y comenta que “me operan para quitarme el lóbulo superior derecho de uno de los pulmones. Tengo experiencia de cómo se sienten los enfermos de coronavirus que luchan por respirar conectados a un ventilador”. Por lo que logro intuir en las palabras del santo padre, parece que, efectivamente, la vida no es sólo respirar, sino que es la vida misma. Creo que esto quiso probar El doctor Otto Warburg, Premio Nobel de Fisiología, cuando hizo un experimento en el cual convirtió células sanas en malignas a través del sencillo procedimiento de reducir el oxígeno.

Por estas razones, Francisco ha insistido en la idea de que la oración es “la respiración de todo”. No resalta otra acción humana. Ni caminar. Ni pensar. Ni hablar. Ni siquiera amar. Resalta exclusivamente el respirar, pero por qué, pues resulta simple responder, al menos para mí, caminar, pensar, hablar, amar necesitan la respiración. La respiración hace todo esto posible. La respiración hace la vida posible. Probablemente a esto se debe el hecho de que la Revista Argentina de Anestesiología Vol. 74. Núm. 2. De mayo – agosto de 2016 señala que la respiración es “función de funciones”. De ella depende todo basándose en la existencia de una respiración torácica y otra celular.

El bueno de Job así lo expresa: “El Espíritu de Dios me ha hecho, y el aliento del Todopoderoso me da vida” (Job 33,4). El incomprendido Apocalipsis señala que “después de los tres días y medio, el aliento de vida de parte de Dios vino a ellos y se pusieron en pie, y gran temor cayó sobre quienes los contemplaban”. Desde el Génesis hasta el Apocalipsis palpita viva la idea de que la respiración es vida insuflada por Dios a los hombres. No nos dio la mano, ni tocó la frente, ni haló de los cabellos. No, Dios insufló aliento en la nariz del hombre. Si esto es así, y es así, entonces cabe preguntarse, qué otra cosa hace de la vida una vida si no es principalmente el poder respirar. No lo sé.

Paz y Bien

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