La Navidad de San Francisco de Asís

 


Introducción

No cabe duda de que la fiesta más popular y esperada por todo el mundo cristiano es la Navidad. En sus orígenes su celebración era muy distinta a como la vivimos en la actualidad. Aunque se sigue celebrando un hecho concreto, muchas de sus manifestaciones se han mezclado con tradiciones paganas de equivocadas interpretaciones teológicas,  así como el extravío de hombres y mujeres en el laberinto superficial del consumismo fútil.

Venezuela ha llegado a una nueva Navidad, pero atravesada por la amargura, el dolor y el sufrimiento. Un inmenso sector de la población lo hará en condiciones infrahumanas. Entre los más duramente afectados, están millones de niños que, a pesar de haber logrado sobrevivir a la hambruna y a la enfermedad, ahora les toca vivir una prueba más justo en la noche de Navidad cuando el Niño Jesús no llegue a sorprenderlos con regalos que ellos han pedido con inocente ilusión. Este escenario gris y lamentable me lleva a recordar a San Francisco de Asís y lo que pensaba, en especial, cómo vivió la Navidad.

El primer pesebre

La tradición nos dice que le debemos a San Francisco de Asís la elaboración del primer pesebre. En 1223 vivía en Greccio, Toscana. Allí decidió escenificar por primera vez Belén. Llegado el tiempo de Navidad y previo permiso del Papa Honorio III, San Francisco, anhelante de contemplar con sus propios ojos lo que tantas veces imaginó, arregló una gruta en la que se había preparado un buey, una mula y un pesebre con paja. Los campesinos hicieron de pastores, ángeles y Magos, mientras que una joven pareja personificaba a José y María alrededor de un niño.

Durante la festividad de la Misa del Gallo, las escenas y la predicación del santo conmovieron tanto a los fieles, que se sintieron estremecidos cuando, en un momento determinado, San Francisco tomó la imagen del niño en sus brazos cobrando este al momento vida y naturaleza humana. Al igual que aquella madrugada en la gruta de Belén, Dios dignificó a los pobres y marginados haciéndose hombre entre ellos, entre nosotros.

La rica Navidad pobre de San Francisco

La religiosidad de San Francisco por la Navidad le venía desde los inicios de su conversión, y era tan grande que solía decir: "Si pudiera hablar con el emperador Federico II, le suplicaría que firmase un decreto obligando a todas las autoridades de las ciudades y a los señores de los castillos y villas a hacer que en Navidad todos sus súbditos echaran trigo y otras semillas por los caminos, para que, en un día tan especial, todas las aves tuvieran algo que comer. También pediría, por respeto al Hijo de Dios, reclinado por su Madre en un pesebre, entre la mula y el buey, que se obligaran esa noche a dar abundante pienso a nuestros hermanos bueyes y asnos. Por último, rogaría que todos los pobres fuesen saciados por los ricos esa noche".

San Francisco se parecía en todo a los pobres, y no sólo se parecía, es que quería serlo, buscaba serlo, pues, como hemos dicho, hay en la pobreza una dignidad inconmensurable. La pobreza es un ideal escogido voluntariamente, una virtud, una ayuda para una libertad personal más grande que hace parte del esfuerzo hacia la perfección.

San Francisco de Asís busca la solidaridad concreta con los pobres, pero, muy especialmente, apela a la pobreza, a la humildad de los que más tienen para que no se olviden de los menos favorecidos. “Dios se complace con la pobreza, afirma San Francisco, sobre todo con la que se practica en la mendicidad voluntaria. Y yo tengo por dignidad real y nobleza muy alta seguir a aquel Señor que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros”.

En Navidad se funde la experiencia de un Dios que se entrega en forma humana a los hombres para amar, servir y sufrir de la misma manera que en lo hacemos todos. Ese abajarse divino, ese desprendimiento superior, ese donarse para la salvación del otro en medio de la más absoluta pobreza es un misterio que sólo se devela en el amor que es capaz de superar todo mal. Paz y Bien

 

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