Madre de Dios, Madre nuestra
Por Valmore Muñoz Arteaga
“Todas las fiestas de
Nuestra Señora son grandes, porque constituyen ocasiones que la Iglesia nos
brinda para demostrar con hechos nuestro amor a Santa María. Pero si tuviera
que escoger una, entre esas festividades, prefiero la de hoy: la Maternidad
divina de la Santísima Virgen”, así comienza San Josemaría Escrivá de Balaguer,
su homilía pronunciada el 11 de octubre de 1964, fiesta entonces de la
Maternidad de la Santísima Virgen, y publicada en Amigos de Dios. La Solemnidad de Santa María, Madre de Dios se
celebra el 1 de enero y conmemora el dogma de la Maternidad divina de María
sobre Jesús, tal y como quedó definido en el Concilio de Éfeso.
La Solemnidad de este
año que comienza ocurre de manera muy especial, al menos para mí: ha tenido
como introducción esperanzadora el encuentro de nuestro Papa Emérito Benedicto
XVI con el Señor y, claro está, con Ella. ¿Puede existir mayor razón para albergar
en nuestro corazón una esperanza contra toda esperanza? Un acontecimiento que,
más que llenarnos de incertidumbre y tristeza, nos tendría que renovar el
entusiasmo que desbordó al concilio de Éfeso. Entusiasmo que recogió para
nuestra memoria San Cirilo al afirmar que, cuando se deliberaba sobre este
dogma mariano, todos los habitantes de la ciudad esperaban impacientes desde
por la mañana la decisión del Concilio. Cuando se hubieron enterado de que el
autor de tantas blasfemias [Nestorio] había sido despojado de su dignidad,
comenzaron todos a una voz a bendecir al concilio y a glorificar la caída de
los enemigos de la fe”.
Benedicto XVI fue,
desde siempre, un testimonio vivo de ardiente devoción mariana. Quizás por
ello, hace algunos años, me inspiró un artículo publicado que titulé Benedicto XVI y la escuela que es María.
Un artículo en el que escribo, quizás para mí mismo, sobre nuestra necesidad de
meditar en Ella como ejemplo para comprender cómo los hombres podemos entrar en
contacto con la posibilidad de conocer la experiencia de sentir al Evangelio
viviendo en nuestro seno, tomando nuestra carne, así como ocurrió con ella. Nos
presenta a María como una escuela dado que, aunque no cabe en ella ninguna duda
con respecto de Dios, quiere comprender lo mejor posible cuál es su voluntad,
para adecuarse total y absolutamente a ella.
La propia preparación
para su muerte es todo un ejemplo de contemplación mariana. No una preparación
externa conforme a ciertos actos concretos, sino internamente. Me imagino a
este hombre en soledad meditar en su corazón como lo hizo María para que
brotara de manera clara y precisa su sí.
Ese sí de aceptación a la voluntad
del Padre. Un sí denso en su estar presente aquí y ahora. Un sí abierto a la experiencia del encuentro definitivo con la verdad y la
plenitud del hombre con la conciencia de que toda la vida se concentra en ese encuentro.
Recuerdo cuando se
llamó a sí mismo cooperador de la verdad.
Una verdad que buscó con pasión de corazón y con lucidez intelectual de una
mente inquieta. Búsqueda que me recuerda a San Agustín y al beato Antonio
Rosmini, pero que también me ubica frente a las palabras de otro buscador,
Santo Tomás de Aquino, cuando este resalta en María su actitud de cooperadora
de la gracia recibida que le mereció “alcanzar aquel grado de pureza y santidad
necesario para ser congruamente Madre de Dios”.
No puedo dejar de
mencionar otro recuerdo. Un recuerdo que se remonta al mes de enero de 2013. No
sé por qué motivo, leí su homilía pronunciada durante la Solemnidad de María,
Madre de Dios que, como ya es sabido, fue la última que efectuó como responsable
de la Cátedra de San Pedro. En aquellas sus palabras, siempre serenas,
prudentes y sabias, hallé unas líneas que calaron profundo en mi ánimo y
corazón. Debieron causar una profunda impresión al espíritu de un hombre que
estaba volviendo a casa, pero que, quizás un poco también como María, quería
comprender el sentido de casa paso de ese regreso.
Comparto acá las líneas
que me cautivaron en aquel momento. Meditaba sobre la paz, sobre el hecho de
que se trata de un deseo, de una “aspiración esencial de cada hombre”, que “coincide
en cierto modo con el deseo de una vida humana plena, feliz y lograda”, por
ello, “el hombre está hecho para la paz, que es un don de Dios”. Ahora bien, se
preguntó, “¿Cuál es el fundamento, el origen, la raíz de esta paz? ¿Cómo
podemos sentir la paz en nosotros, a pesar de los problemas, las oscuridades,
las angustias?”.
Esas preguntas tienen
sus respectivas respuestas en la Sagrada Escritura que “nos proponen contemplar
la paz interior de María, la Madre de Jesús. A ella, durante los días en los
que «dio a luz a su hijo primogénito» (Lc 2,7), le sucedieron muchos
acontecimientos imprevistos: no solo el nacimiento del Hijo, sino que antes un
extenuante viaje desde Nazaret a Belén, el no encontrar sitio en la posada, la
búsqueda de un refugio para la noche; y después el canto de los ángeles, la
visita inesperada de los pastores. En todo esto, sin embargo, María no pierde
la calma, no se inquieta, no se siente aturdida por los sucesos que la superan;
simplemente considera en silencio cuanto sucede, lo custodia en su memoria y en
su corazón, reflexionando sobre eso con calma y serenidad. Es esta la paz
interior que nos gustaría tener en medio de los acontecimientos a veces
turbulentos y confusos de la historia, acontecimientos cuyo sentido no captamos
con frecuencia y nos desconciertan”.
Esas palabras causan
hoy el mismo impacto que causaron ayer, más aun comenzando un año que siempre
es signo de oportunidades y posibilidades, pero que, por las mismas razones,
abre las puertas a ciertas angustias e incertidumbres, a ciertos miedos y
temores. La vida es una constante lucha, advierte Séneca, y tiene razón, pero
no es una lucha que batallamos solos. Jesucristo nos acompaña. María, Madre de
Dios, nos acompaña. Ambos, así nos lo enseñó muchas veces Benedicto XVI, son
caminos de superación abandonados a la Providencia Divina. Una Providencia que,
ya lo sabemos, no es solo juez, sino amigo, corazón abierto para el encuentro. Así
es fácil emprender este camino que comienza hoy. Feliz año 2023…
Aprovechemos el día.
Paz y Bien
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